CRÍTICA EXPOGRÁFICA (2): LA ERMITA DE SAN ROQUE.

Cumpliendo con la promesa que le hice a Antonia, una ciudadana sanroqueña que me pregunto acerca de mi opinión sobre lo que habían hecho con la Ermita de San Roque, he aquí este comentario.

Una tarde de esta semana, me acerqué con mi cámara a comprobar la situación en que está quedando la ermita a raíz de las últimas intervenciones, que continúan en progreso (casi eterno). Lo primero que aprecié, es que cuando caminaba en dirección oeste (hacia la Barriada de La Paz), la visión original que se tenía de la Ermita ha desaparecido, merced a la ubicación del edificio que alberga el Centro de Día para la Tercer Edad y el Archivo Histórico Municipal. En la fotografía se aprecia que tan sólo vemos el tejado de la torre. La infeliz ubicación del edificio nos ha privado a los sanroqueños y visitantes de la visión a media distancia de una construcción tan emblemática.


Actualmente, el peatón sólo obtiene una visión de la Ermita cuando rebasa el Edificio del Archivo (el conductor aún obtiene menos). Y en todo caso, es una visión sesgada, no frontal, que aunque en la fotografía pueda tener su encanto, al estar sitiada (ese es el término adecuado) por el Centro de Día, el Pabellón destinado a sede de la UPE y la actual obra que se está realizando, de la cual ningún responsable ha puesto a disposición del ciudadano una maqueta o simulación de su resultado (sólo hubo planos sin estudio de detalle), preveo un poco halagüeño futuro para nuestra querida Ermita.

Aun a riesgo de equivocarme, lo que percibo a día de hoy, es que se le están cerrando a la Ermita, progresivamente, todos los puntos de vista a media y larga distancia, que va a quedar más empequeñecida si cabe, rodeada de tanta construcción. Lo ideal, me parece a mí, hubiera sido construir el Centro de Día y el Archivo en otro lugar, y permitir que el espacio circundante a la Ermita, quedara abierto. El cesped es buena idea, pero no el camino de loza de barro que conduce hasta ella, ni la plataforma del mismo material que enmarca los tres elementos ante la fachada, un material que con la humedad es resbaladizo, y confiere una dimensión artificial de jardín o chalet, algo que desdice la esencia original del entorno de la Ermita. Por eso, insisto, dejar un amplio espacio de cesped alrededor, habilitando unos bancos, mesas, incluso una zona infantil (para que los niños jueguen junto a un símbolo original de su pueblo), hubiera sido más deseable. Incluso, para resguardar más la desventaja de la escala de la Ermita respecto de los Pabellones, se hubieran podido plantar unos árboles que hubieran actuado como pantalla visual entre éstos y aquella. En fin, que soluciones había.

CRÍTICA EXPOGRÁFICA (1): MONUMENTO DEL TERCER CENTENARIO Y NUEVO MUSEO.

Expografía es término de escaso uso en castellano, pero sí muy extendido en los países anglosajones. Aquí en España, uno de los introductores y máximos especialistas mundiales en el tema es Juan Carlos Rico, Doctor en arquitectura y arte. Hace unos años, tuve el placer de escuchar su estimulante ponencia en un seminario de los cursos de Verano de la UCA en San Roque. En ella, Rico fue presentando su inicial proyecto de investigación en curso, en el cual, un amplio número de profesionales y estudiantes habían desarrollado análisis y propuestas sobre nuevos modelos expositivos y de intervención en el espacio urbano.

Hasta la fecha, son varios los estudios publicados por Juan Carlos Rico, verdaderos libros de cabecera para entender y acometer los problemas de la expografía ante las nuevas necesidades y posibilidades de la actualidad. Sin embargo, todo lo que merece un reconocimiento en el extranjero, sufre en nuestro país la ignorancia por parte de nuestras instituciones, mal que nos pese. De tal forma que asistimos impotentes a la ejecución de proyectos públicos que ignoran en mayor o menor medida todos los estudios de los especialistas. La consecuencia es que se gastan miles de euros del presupuesto público en obras que incumplen con todas las normas básicas que el sentido común, el análisis científico y la experiencia histórica, han determinado como fundamentales. Tal es el caso de varios proyectos ejecutados en el último año (2007) en San Roque.

El primero de ellos es el monumento erigido en conmemoración del Tercer Centenario de la Fundación de San Roque, obra del imaginero Manuel Ortega Bru. De entrada, resulta muy chocante que a un concurso dotado con 300.000 € de presupuesto, apenas si se presentaran menos de media docena de obras. La fecha de publicación de las bases, que sólo dejaban tres meses y medio para la elaboración del proyecto antes de la fecha del fallo, tuvo mucho que ver, lo cual es achacable a la falta de profesionalidad de los responsables de la organización del concurso. De hecho, se publicaron las bases en la prensa cuando aún no estaba aprobado oficialmente el concurso por el Ayuntamiento. Sin comentarios. Obviando estas cuestiones, pasemos ahora a analizar la obra en cuestión, señalando, sin ningún afán destructivo, cuáles son los errores en que incurre, exclusivamente atañéndonos a cuestiones objetivas de la teoría expográfica.

En primer lugar, tal y como se reseñaba en las bases, uno de los aspectos más valorables del proyecto, era su adecuación al entorno. Esto es algo que recoge el manual de buenas práctica, y que comprende un análisis integral previo a cualquier idea conceptual o plástica. Para dicho análisis, nos dice el manual, debe contarse con un equipo interdisciplinar que analice las diferentes variables del lugar, así como sus constantes (regimen meteorológico, elementos del entorno, color, texturas, perfiles, condiciones perceptivas, etc.), todo lo cual, determinará con lógica y razón, las posibilidades plásticas y formales del proyecto. Pero para empezar con muy mal pie, resulta que el entorno era desconocido, porque casi todo él estaba sometido a un futuro cambio en el nuevo PGOU: el cuartel Diego Salinas, la calle que lo separa de la Alameda Alfonso XI, las nuevas edificaciones planteadas en derredor, los jardines, la arboleda, etc. Para colmo de males, no existía un estudio de detalle del resultado de dicha remodelación del centro urbano.

Al desconocer esto, se partió del desconocimiento de muchas de las constantes vitales claves para estudiar la interactuación del entorno con el proyecto final, esto es: la forma de las edificaciones alrededor, la textura de esos materiales que se emplearán en la reforma del entorno, sus texturas, colores, la relación de escala, etc. Pero aún fue más kafkiano el error, si tenemos en cuenta que el monumento fue erigido antes de la remodelación total del entorno. Urgencias institucionales que, finalmente, no consiguieron su propósito, evidenciando una vez más la falta de conocimiento y coordinación en un proceso y un proyecto de estas características.

Luego, de alguna manera, se repitió ese mal del cretinismo arcaico (reflejado en el detestable refrán más vale bueno conocido que malo por conocer) cuando se decidió que la única manera de conmerar un hito histórico (o de cualquier tipo), es exclusivamente la escultura de inspiración clásica fundida en bronce, cerrándose la puerta a otro tipo de propuestas o planteamientos que manifiestan mucha más capacidad de análisis, integración y relación con el entorno. Por otro lado, dicha elección técnico-formal, es tanto más desafortunada por la elección del lugar, con el que no se aviene por falta de esos análisis previos ya señalados someramente. Entre éstos, se observa en primer lugar el hecho de que el entorno en derredor de la pieza, es un entorno de paso, de tránsito, y no de estancia; así pues, tenemos que mientras que la escultura de Ortega Bru responde al canon artístico contemplativo orininario de la Grecia clásica, se ubica allí donde nadie permanece, ni puede sentarse (es una isleta en la que no hay bancos). Sólo es posible la contemplación distante, desde la Alameda, o a media distancia, desde la parada de autobus. Pero una escultura, que esuna cosa tridimensional, exige una contemplación no sólo estática por parte del espectador, sino también dinámica, lo cual se dificulta mucho cuando se ubica en una superficie transitada por el tráfico rodado.

El tráfico rodado también nos pone sobre aviso de otro error de análisis, y es la falta de consideración de la relación del proyecto con la percepción de los conductores. Y es raro que mencione ahora, tan tarde, la palabra percepción, porque es precisamente la percepción (la psicología de la percepción) la que con sus reglas científicas ha estado ausente en todo el proceso de este proyecto, o al menos, en un enorme porcentaje. Como decía, los conductores de vehículos son también espectadores potenciales, pero a diferencia de la antigua Roma, o del Barroco español, los conductores no lo son de carros o caballos cuya velocidad en zona urbana era menor, sino que lo son de coches, motos y otros vehículos que circulan a una velocidad impensable para los romanos y los escultores del barroco; algunos incluso lo hacen a una velocidad impensable para sus contemporáneos.

En cuanto a la cuestión formal del acabado del material, su color oscuro y opaco, que no refleja la luz sino que la atrapa y absorbe, no sólo puede ser criticable desde un punto de vista técnico en cuanto a la ejecución del proceso de fundición, sino que perceptivamente constituye otro de los fracasos del proyecto, en tanto y en cuanto su presencia pasa casi desapercibida. Su inesperado grado de mimetismo con el entorno, en el cual se diluye como una masa de sombra entre las sombras de la tarde y se invisibiliza en la oscuridad de la noche, es más criticable bajo la luz del día, fundamentalmente por el desacierto garrafal de ubicar a su lado un arbol de escala mucho mayor que empequeñece al monumento en la percepción visual del viandante o conductor. Si bien lo primero sería corregible con una correcta iluminación artificial, lo segundo implicaría medidas más drásticas y poco consideradas con la población arborícola de San Roque (aunque a tenor de lo visto en el otro de los proyectos ejecutados, no parece que esto sea un impedimento terminal).

Me he referido en el último párrafo, al segundo proyecto del que quiero aquí comentar una serie de observaciones que demostrarán que, como en el proyecto del monumento, también se ha omitido toda una serie de reglas básicas, tanto más grave en este caso, porque se trata de una construcción en el el casco antiguo de la ciudad, declarado de interés histórico.

El proyecto ganador del concurso para el nuevo museo que iba a sustituir el antiguo edificio sito en la parte baja de la calle San Felipe, se eligió porque, según se comentó, contemplaba respetar e integrar los dos cipreses que se erguían en el el exterior del antiguo edificio, cuyas presencias eran familiares y queridas entre los habitantes del pueblo. Pero durante el transcurso de las obras se produjo la tragedia, y los árboles cayeron ante el poder de la maquinaria. Ya no están, pues, allí donde debían permanecer de acuerdo con el proyecto inicial. Tal vez, un mayor análisis de la cuestión, por parte de los especialistas pertinentes, habría salvado a los ejemplares magníficos.

Una vez terminado el edificio, (aparentemente, puesto que lleva varios meses cerrado sin que se inaugure; de hecho ya se aprecian actos de vandalismo en él), se pudo observar la cadena de errores en su diseño y en su adecuación al entorno. Lo más notable, inicialmente, fueron dos factores apreciados y comentados inmediatamente por la opinión pública: uno, que tanto la forma como la elección de los materiales configuraba una construcción cuya estética se acercaba más a la de un tanatorio o panteón fúnebre (de los que proliferan hoy en día), que a un museo de inspiración romana (se supone que acogería la colección del museo Carteia, hasta día de hoy en la Fundación Municipal de Cultura); otro, que la adecuación de su perfil con respecto a las casas colindantes, dejaba al desnudo parte de las fachadas laterales de dichas casas, con sus muros desgastados y sus desconchones, sus cuerdas con la ropa tendida, todo a la vista, creando una disonancia visual desagradable (contaminación visual casi impúdica), en la relación entre la noble historicidad de las viviendas civiles del casco, y la no menos noble dimensión cultural de un museo de nueva factura inserto en él.

Arquitectónicamente, otra de las propuestas del proyecto era la de habilitar peatonalmente el tránsito entre la calle San Felipe y la calle Francisco Tubino, por medio de un espacio cerrado al tráfico que actuara como antesala del museo y como plaza y canal de comunicación de las dos calles. El resultado es un plano inclinado, cuyo piso ofrece serias dudas sobre su agarre en temporada de lluvias (no hubo análisis de la climatología del lugar ni acierto en la elección de los materiales del piso). Dicha inclinación, lo convierten en un lugar inhóspito para el transeunte que quiera detenerse, o que encuentre el museo cerrado y desee aguardar la hora de su apertura (lo cual puede determinar molestias leves en la cadera, en el menor de los casos). Hubiera sido más deseable combinar la horizontalidad de dicho plano, escalonando imaginativamente sus cotas mediante rampas, para no impedir el acceso de discapacitados ni provocar perjuicios a los vecinos de las viviendas del inferior de ese espacio.

En cuanto a la fachada lateral que linda con la calle San Felipe, resulta inexplicable la presencia de dos elementos cuya funcionalidad es un misterio, pero que en ningún caso resultan neutrales para el balance de aciertos y errores, en detrimento de los primeros. Me refiero en primer lugar al muro que separa, en sentido estricto, el museo, de la calle San Felipe. Se trata de un muro liso en el que se ha querido minimizar su monotonía con la inserción de unas piezas de barro cocido, como una suerte de elemento referencial, creemos que a la antigua cocción de ladrillos. Pero el muro actúa con un poder refractario sobre el transeunte que lo obliga a cambiar de acera, lo cual se aprecia mejor en verano, cuando el sol inmisericorde se multiplica y refleja en la blancura del muro y deslumbran y soflama al pobre peatón. Al mismo tiempo, decía que separa, más que invitar, o integrar, o mostrar o presentar al viandante la presencia del museo como espacio cercano y abierto a la visita. Más bien se interpone, estableciendo una línea fronteriza de ocultación nada amistosa, que tan sólo puede penetrarse por una puerta semiescondida en la parte superior del muro según el plano de la cuesta.

En segundo lugar, al franquear tan huraña entrada, hallamos ni más ni menos que una fosa (el segundo elemento inexplicable), no de otra forma puede denominarse ese espacio que se abre en profundidad entre el plano de la calle y el edificio del museo; cuya utilidad sólo es achacable a la necesidad de contratar personal de mantenimiento, que sin duda tendra allí tarea que realizar. Preveo cuando lleguen las lluvias problemas en ese espacio desaprovechado (tal vez lo mejor sea dejar que se inunde y echar unos cocodrilos en su interior), que ha de atravesarse por medio de una pasarela suspendida, medio que se me antoja más apetecible para la población infantil que para los visitantes adultos. Sería posible dotar de cierto sentido a estos elementos (pasarela y fosa) si en el interior de la segunda, se ubicaran elementos que pudieran ser contemplados desde dos perspectivas, desde el fondo de la fosa y desde la pasarela. Pero no creo que hayan sido diseñados con este propósito.

Básicamente, y siempre desde esta perspectiva en la que me he situado para analizar el edificio, es decir, desde el exterior, lo que se concluye es: 1. La inadecuación formal y perceptiva con respecto al entorno (provoca un interrupción visual en la percepción de las tensiones visuales de la cuesta y de todo el casco perceptible); 2. La disonancia expresiva del edificio en un casco histórico como éste (el efecto tanatorio); 3. El injustificable desperdicio de espacio en el diseño del proyecto, que podía haber dado para mucho más, dada la superficie con que se contaba; 4. La evidencia de que su autor no transitó jamás por la calle San Felipe, salvo el día en que fue a cobrar sus emolumentos al Ayuntamiento.

Con tal ubicación, y las posibilidades que brindan hoy en día los materiales y la tecnología, se hubiera podido levantar un edificio que respetara todas y cada una de las normas básicas de una buena práctica expográfica, y que no hubiera hecho añorar a la mayoría de sanroqueños el anterior edificio, ese que, ideologías aparte (en expografía la única ideología es el sentido común), se avenía mucho más armoniosamente con el casco antiguo. Así nos va.


Para un futuro artículo, una vez que se inaugure el museo, ofreceré un análisis de su diseño interior, así como del diseño expográfico de su contenido. De momento, lo que se aprecia a través del cristal de la puerta, es la estética del no hacer, que decía el Tao-te-king.





Toda persona que lo desee, puede encontrar la bibliografía de Juan Carlos Rico en su página web: http://www.juancarlosrico.com/, de la cual coloco como un link permanente en los enlaces de este blog. También hay otro enlace a mi blog Arte Público, en el que podrán encontrar más información sobre cuestiones expográficas.

Fram Ramírez.

No vivimos en la cultura de la imagen, vivimos en la cultura del ruido.